La minería extractiva constituye una de las mayores amenazas contra el medio ambiente y las comunidades locales en el Amazonas y en el conjunto de América Latina, pero estas empresas a menudo buscan lavar su imagen acercándose a la Iglesia, advierte el sacerdote italiano Dário Bossi, coordinador de los Misioneros Combonianos en Brasil y miembro de la coordinación de la Red Iglesias y Minería
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Háblenos de la Red Iglesias y Minería. ¿En qué consiste y por qué en la realidad de Latinoamérica era tan importante acometer una iniciativa así?
Por dos motivos. Por un lado, porque la Iglesia latinoamericana es más abierta y con mayor experiencia en la articulación de redes: lo demuestra el hecho que, casi contemporáneamente a Iglesias y Minería, se fundó la REPAM (Red Eclesial Panamazónica). Digamos que este es un tiempo en el que en América Latina la Iglesia se está enredando. El otro motivo es porque es precisamente en América Latina donde es más fuerte la explotación minera. El 28 % de la explotación minera del mundo tiene lugar en América Latina. Paralelamente, hay una proporción directa entre la intensidad de la extracción minera y la violencia y agresión a comunidades y territorios. La Iglesia no se puede quedar callada frente a esta agresión. Por ultimo diría que Iglesias y Minera nació antes de la publicación de la Encíclica Laudato si’ pero sentimos una total coincidencia con sus ideas y no es una casualidad que los únicos territorios que en Laudato si’ son citados explícitamente, son los territorios de la Amazonía y la cuenca del río Congo, que son dos regiones con minerales. Es evidente la conexión entre las preocupaciones ambientales en los conflictos sociales y la minería.
¿Qué ha supuesto para vuestra red, para el trabajo de base de Iglesia que lleváis a cabo en esta red, la publicación de Laudato Si? ¿Diría que hay un apoyo directo del Vaticano o del Papa Francisco?
Laudato si’ llegó después, pero naturalmente fue fruto de una maduración, que, como vemos después en la publicación, se inspiró mucho en las luchas locales. La encíclica es histórica, porque sus fuentes son las conferencias episcopales, los obispos, los territorios de base y hay también citas de otras experiencias religiosas. Es una encíclica que recoge el trabajo e inspiración, preguntas e investigaciones que vienen de los territorios. Y eso lo podemos confirmar. Necesitábamos ver nuestras luchas y esfuerzos plasmados en un documento y, de alguna manera, consagrados por una posición oficial de la Iglesia. Cuando lo vimos y en una encíclica, nos dio mucho aliento. El Papa lo dijo con una radicalidad inesperada, con una fuerza que incluso nos sorprendió. La leímos varias veces en pocos días para hacerla nuestra. En varios territorios la estamos volviendo a trabajar junto a las poblaciones y comunidades. Nos parece que Laudato si’ muestra exactamente cómo las violencias en los territorios están interconectadas, y cómo no se puede aislar el trabajo, en nuestro caso frente a la minería, frente a los conflictos de la tierra, latifundios, la agresión forestal, la cuestión climática, la defensa del agua, la cuestión de la autodeterminación de las comunidades tradicionales y sus territorios. Es una encíclica que muestra que en verdad todo esta interconectado. Y que por tanto confirma también la importancia de trabajar en red.
¿Cómo funciona el lavado de cara en relación a las Iglesias y las empresas mineras que operan en América Latina?
Las empresas necesitan licencia social. Es decir, junto al riesgo económico, por ejemplo, a que haya un accidente, o se agoten sus recursos naturales, las empresas saben que existe un riesgo social y el principal es que la población se oponga a sus iniciativas. Ese riesgo social es esencial a la hora de definir sus estrategias, tomar decisiones económicas, analizar los mercados financieros y en las relaciones comerciales. Es un elemento fundamental en la definición de sus estrategias económicas. Las empresas comprenden que uno de los actores que puede ayudarles a disminuir ese riesgo social son las Iglesias, no solamente la católica, por su fuerte credibilidad. Es uno de los actores más influyentes y respetados, incluso moral, ético, político, histórico. Entre las organizaciones más diversas, es la que da más confianza. Por eso, acercarse a las iglesias, significa, de alguna manera, limpiar la imagen, hacer un trabajo de maquillaje, que permita reposicionar su marca, su logo e imagen en la sociedad. Las empresas mineras saben que donde se pongan habrá conflicto, porque lo que ellos hacen no es algo natural, no es algo que se espera de un territorio. Es una violencia que se hace a la tierra y a un territorio bajo unas condiciones y las condiciones con las que ellos negocian, lo que ofrecen son condiciones de interés, de ganancia, trabajo y de desarrollo. Pero estas condiciones las negocian junto a otros impactos, que son impactos sobre la salud y el medioambiente, el futuro de un territorio, la seguridad de una población, el futuro, la permanencia y el enraizamiento en un territorio. La empresa obliga a la comunidad a hacer un balance y tomar decisiones. Nosotros decimos que lo que ofrecen las empresas son alternativas diabólicas. Porque ¿cómo puede alguien decidir si es más importante el trabajo o la salud? ¿Comer o tener agua limpia? Nadia debería estar obligado a escoger entre esas dos cosas. La empresa minera sabe que, se ponga donde se ponga, habrá conflicto y desarrolla una serie de estrategias o instrumentos para disminuir este conflicto. Un instrumento legítimo importante es, por ejemplo, la negociación de beneficios sociales, en la que entra toda la cuestión de la sabiduría, de la visión política, el papel esencial de la política de la que se habla en la Laudato Si’. Pero otros instrumentos son menos legítimos, más agresivos. Algunos son de seducción, otros son de amenaza, o de espionaje o de infiltración. Ellos tienen todo un elenco de modos de acción de cara a las comunidades. En este punto, no cabe duda de que las iglesias podrían volverse un instrumento más para disminuir este conflicto. Lo que las empresas buscan es un mediador entre la empresa y la comunidad. Alguien que se ponga en medio y que se esfuerce en entender las razones de los dos. Y esto nosotros no lo queremos porque éste no es el papel de las iglesias, ese debería ser el papel de la política. Las iglesias, por supuesto la Iglesia católica, por su vocación, tiene que escoger el lado de los más débiles, vulnerables y de quienes son amenazados. Esta disputa de posiciones nosotros la entendemos como una de las misiones más claras de la Red Iglesias y Minería para ayudar a las Iglesias a posicionarse. No lo digo de manera crítica, porque para alguien como un obispo o un cura que no conoce nada de este contexto y se encuentra con una situación de este tipo, puede incluso parecerle natural este papel de mediación, porque la Iglesia lo hizo en otros momentos. Pero conociendo todo este contexto y la historia de muchos territorios, nuestra misión hoy es ayudar a la Iglesia a comprender el riesgo grande de ponerse en medio. Y la misión esencial, como decía el Papa Francisco cuando escribió en 2015 a las víctimas, es escuchar el grito de los afectados. Este es el punto de partida de la Iglesia. Es toda una cuestión compleja.
¿Qué ofrecen las empresas a la Iglesia, dinero…? ¿Cómo se puede comprar a la Iglesia?
Hay varios niveles, a veces no es directamente comprarla, hay promesas de inversiones, de restructuración de templos, inversiones de dinero para intereses etc. Hubo un proyecto interesantísimo de las empresas llamado Minering Partnership, aunque luego no se llegó a hacer, donde las empresas se proponían hacer formación para los teólogos, financiar los seminarios, ofrecer formación a los teólogos para reflexionar sobre ética y minería, liturgia y minería, pastoral y minería etc. A veces se entra a través del dinero para contaminar las ideas, lo cual es muy peligroso. Pero no siempre se trata directamente de comprar. A veces todo ocurre con una intención aparentemente honesta. En algunos casos hay empresarios y emprendedores que consideran esto como un proceso honesto. Probablemente algunos de los que fueron al Vaticano tenían intenciones buenas. Pero esto es muy difícil desde una buena posición económica y desde dentro de una estructura que esta haciendo tanto mal. Simplemente decir que se está dispuesto al cambio sin mostrar cambios efectivos no es coherente. Acreditaremos esas afirmaciones cuando se demuestren cambios directos conforme a lo que tantas comunidades están exigiendo
¿Cuál sería la recomendación desde Iglesias y Minería a las ONG que buscan el desarrollo de las personas, pero a la vez necesitan financiación de empresas?
No es fácil. Lo que diríamos es primero que nunca es suficiente escuchar el punto de vista de la empresa porque hay departamentos totalmente organizados y preparados para hacer un lavado de cara. A veces se presentan como empresas sostenibles y justas y que cumplen todos los protocolos. Y es que, generalmente, las empresas más ricas son las que paradójicamente hacen más impactos y logran camuflarlos más.
¿Qué le parece el Pacto Mundial y otros mecanismos puestos en marcha por las Naciones Unidas como las negociaciones para elaborar un tratado vinculante para que las multinacionales respeten los derechos humanos?
Un principio importante es que nunca es suficiente un diálogo de las cumbres de la Iglesia o de las organizaciones con las empresas. Se debe contar con las informaciones a partir de las comunidades pero el modelo actual nos hace caer en la tentación de olvidarlo. Nuestro punto de referencia y de escucha, nuestra fuente de información y de averiguación de los hechos, son las comunidades. Esto no significa que la comunidad tenga una visión unívoca. Es muy complejo porque a veces la propia comunidad está dividida. Pero es importante basarnos en el punto de vista de las comunidades tanto en lo que se refiere a conflictos específicos, o arreglar las relaciones con las empresas en los conflictos específicos, como en lo que se refiere a estrategias políticas y económicas. En cuanto a lograr un tratado vinculante para que las multinacionales respeten los derechos humanos no es algo que les guste a las empresas y veo que es algo que la Iglesia no siempre apoya. La empresa dice no, ya tenemos los principios rectores, pero estos son como recomendaciones, no obligatorios. Pero hay un movimiento y un grupo de presión de trabajo dentro de la ONU para que sean principios vinculantes con obligaciones, reglas y penas para quien no los cumpla. Pero las empresas dicen que no es necesario. Hay mecanismos de fiscalía y de monitoreo, incluso del castigo pero falta la obligatoriedad. La otra cuestión es el Consentimiento Libre, Previo e Informado (CLPI): internacionalmente reconocido y que varios países suscribieron, pero que no se aplican y que son fácilmente sustituidas por consultas voluntarias que a las empresas les gusta hacer. En cuanto al punto de vista estratégico y metodológico, una es la versión que viene de arriba a abajo y la otra de abajo a arriba. Entonces si la Iglesia, las entidades, los organismos internacionales, etc. se asocian más a una visión que a otra, está claro que favorecen más a un tipo de evolución del sistema que a otro.
Pero está claro que no todas las empresas son malas. ¿Cuál sería el camino para trabajar juntos? ¿Cómo hacer para que las empresas cambien?
No es nuestro campo directo, pero este es un tema que sale cuando reflexionamos con las ONG. Cada vez se promueve más el debate y la reflexión, incluso hacia fuera de las instituciones. Cada institución tiene sus reglas. Así como el intercambio de comunidades es muy rico, también entre entidades hay que sentarse para debatir más sobre este tema. Por lo menos al hablar de eso es evidente como se eleva el nivel del discernimiento y de ética. Cuando no se habla se da mucho desconocimiento de las cosas. Pero cuando se empieza a hablar y se dialoga, una reflexión contamina a la otra y creo que es un proceso que sólo puede favorecer la calidad del discernimiento. El diálogo con las empresas es algo esencial.
Dice usted que la Iglesia en América Latina se está enredando (REPAM, Red Iglesias y Minería) pero también en Europa y EEUU las ONG de Desarrollo de la Iglesia trabajamos en red: como en CIDSE o en España con Enlázate con la justicia. ¿Crees que el trabajo en red es positivo o que quizá la sociedad percibe más bien una maraña muy compleja?
Desde nuestro punto de vista es justo al revés: nos parece extraña esta distancia, el aislamiento entre una entidad y otra. Tenemos que hablar con ustedes utilizando una gramática en un idioma, después cambio de idioma gramatical, y las exigencias de uno son diferentes de las del otro. No digo que haya que uniformarse pero percibimos que hay repetición de cosas, de estrategias, de reflexiones. Quizá alguien crea que estructurar una red mayor sería un gasto de energía, pero a mí me parece lo contrario. Se gasta mucha más energía cuando una organización hace las mismas reflexiones que otra y ambos no lo saben. En mi humilde opinión cuando hay campos comunes y redes temáticas iguales, es mas fácil trabajar y encontrar conexiones. El trabajo en red no es un principio teórico sino práctico porque hay muchas necesidades en el mundo que requieren que actuemos en red y esto es un desafio.
Usted asegura luchar no es un verbo intransitivo. ¿Cual sería la lucha? ¿ Contra quién estamos luchando?
Como dice Laudato si’, éste sistema es insostenible y es una economía de muerte. Infelizmente, por nuestras coyunturas temporales, hacemos cosas chiquitas, sin proponer alternativas que se puedan promover, o peor aún, sin decir qué tipo de desmonte se puede hacer con este sistema que quitó a tantos las alternativas que ya tenían. Mucho de lo que se debe hacer ya lo sabemos: está dentro de nosotros, no está lejos, está en toda la recuperacion de la «cultura del bien vivir», por tanto en otro modelo. Estamos luchando contra el reloj del tiempo, contra la urgencia de poner límites que están quedándose cada vez más cercanos y es que nuestra visión se vuelve cada vez mas miope. Nosotros no lo vemos, será que nuestra visión también se hace torpe . Quizá todo es fruto de la complejidad: cuando más complejo es algo, la tendencia natural es mirar lo particular, lo cercano, mi ombligo. Pero esto mata. Yo diría que Laudato Si es una «hoja de ruta» muy clara: estamos luchando contra un sistema insostenible. Antes se decía que si decías eso era porque tenías un pensamiento ideológico comunista, pero ahora hay una encíclica la que dice que esta lucha es mucho más importante y más trascendental de lo que creíamos y necesita más cambios que los que hemos logrado hasta ahora.